29 de julio de 2015

La Noche y las Luces



Fuente: Felipe Pigna y María Seoane, La Noche de los Bastones Largos, Editorial Caras y Caretas, Buenos Aires, 2006.

Aquel 9 de julio, apenas 11 días después del golpe de Estado que derrocara al Doctor Illia y entronizara al dictador Onganía, el país conmemoraba los 150 años de la declaración de la Independencia nacional. La situación nacional podía verse claramente reflejada en dos discursos antagónicos que se dijeron el mismo día de la Independencia. Dijo en aquella ocasión el general Onganía: “No permitiremos que acosen a nuestra juventud extremismos de ninguna naturaleza. Si fijamos con claridad el rumbo, nadie podrá apartarla de su misión de grandeza.” Y dijo pocas horas después el Rector de la Universidad de Buenos Aires, Hilario Fernández Long: “En este día aciago en que se ha quebrantado en forma total la vigencia de la Constitución, hacemos un llamado a los claustros universitarios en el sentido de que sigan defendiendo como hasta ahora la autonomía universitaria. La Universidad no es una máquina ni una razón; es una voluntad decidida a iluminar los caminos más difíciles del hombre”.

Veinte días después la historia los iba a juntar a golpes, a golpes de bastones largos.

Todo empezó un viernes. Estaba reunida la “mesa chica” de la inteligencia de la autodenominada “Revolución Argentina”. Allí estaban los generales Eduardo Señorans, jefe de la SIDE, y Mario Fonseca, jefe de la Policía Federal. Llegaron noticias de los servicios de que en la Facultad de Ciencias Exactas, en la Manzana de las Luces, la comunidad universitaria había resuelto resistir pacíficamente la violenta política educativa del Onganiato. 
Los generales ya se habían decidido a intervenir “contra los subversivos” cuando un estímulo extra alimentó sus furias. Fonseca y Señorans recordaron que hacía unos días mientras homenajeaban a su idolatrado General de la Nación Julio Argentino Roca en su notable monumento emplazado frente a la Facultad, y mientras leían y escuchaban alternativamente discursos sobre la valentía del general y las ventajas del fusil rémington sobre las lanzas, comenzaron a llover aquellas sólidas monedas de un peso moneda nacional sobre las gorras de los representantes de la reserva moral de la Nación y sus amigos civiles y eclesiásticos. La inusual emisión monetaria provenía de las ventanas de la Facultad de Exactas y era arrojada por entusiastas y certeros estudiantes. Fonseca recordaba con admiración la actitud decidida del general Ávalos, quien valientemente escoltado y armado irrumpió en la Facultad para pedir explicaciones. Fonseca y Señorans se aprestaban a darles una lección a aquellos apátridas que no respetaban ni al general Roca, que en paz descanse, y decidieron bautizar al operativo con el poético nombre de “Operación Escarmiento”.

En Exactas, mientras tanto, tras una masiva asamblea, Docentes y Alumnos decidieron tomar el establecimiento en demanda de la anulación del decreto 16912 de Onganía, que ponía fin a más de 40 años de Autonomía, Cogobierno y Libertad de Cátedra, los ejemplares postulados de la Reforma Universitaria de 1918 que recorrieron el mundo y honraron a la inteligencia argentina.

Los docentes y los estudiantes con más experiencia en la lucha invitaron a retirarse a los compañeros que tuviesen miedo o no estuvieran de acuerdo con la toma. Tanto el decano Rolando García, como el vice-decano Manuel Sadosky y aun el notable profesor visitante Warren Ambrose del MIT de Massachussets, creyeron que ante su presencia las tropas de Onganía se iban a abstener de reprimir la pacífica toma.

La lógica de los notables científicos no coincidía en nada con la de los represores. El general Fonseca mandó cortar el tránsito en torno a toda la Manzana, que empezaba a perder sus luces. Pronto unas voces metálicas intimaron a través de altavoces el desalojo inmediato del edificio. Desde adentro respondieron con una canción que se había estrenado en 1813 a pocos metros de allí, el Himno Nacional Argentino. Estudiantes y docentes salieron del edificio cantando la canción nacional con los brazos en alto. Nadie opuso resistencia. Pero la orden debía cumplirse claramente, Fonseca había dicho que había enseñarles a esos “judíos de mierda”, a esos “zurdos hijos de puta” que “acá se había acabado la joda”. Y la obediencia debida y generalmente sentida hizo el resto. La Guardia de Infantería no ahorró insultos, patadas, golpes de machetes y palazos que por “orden superior” y razones obvias debían apuntar a la cabeza, pero no sólo en la cabeza, como lo demuestra la querella criminal iniciada por el decano Rolando García contra el general Fonseca, en donde constan según el informe forense lesiones en el cráneo, la espalda y la fractura de parte de la mano derecha.

Al salir, los estudiantes debieron pasar por una doble fila de policías que golpeaban a los varones y, como buenos caballeros defensores de la moral occidental, golpeaban y manoseaban a las estudiantes.

En la facultad de arquitectura se repitieron las escenas de barbarie a pesar de que allí no se había preparado orgánicamente ningún acto de resistencia.

En total, en aquella noche nefasta ideada por Onganía y sus secuaces, se llevaron a 200 personas detenidas, aunque los partes oficiales hablaban de 140. Otras quince fueron llevadas a distintos hospitales públicos.

Todos los detenidos sufrieron vejaciones y muchos de ellos simulacros de fusilamiento. Todos aprendieron una lección inolvidable: las dictaduras odian la cultura, el estudio superador, liberador. Todos ellos recibieron, junto a los golpes, su graduación acelerada en una materia que comenzaba a impartirse en la Argentina y en América Latina por ordenes superiores de Washington, aceptadas con mucho gusto por los mercenarios locales y sus financistas de turno, que comenzaba a conocerse como la Doctrina de la Seguridad Nacional, y empezamos a saber que era correlativa y obligatoria.

A los pocos días, el general Onganía declaró ante la atónita prensa extranjera: “Infortunada y lamentablemente, la decisión del gobierno de hacer actuar a la Policía fue tomada porque los estudiantes resolvieron ocupar ilegalmente dos edificios de Facultades. Lamento la violencia. Si no lo hiciera, estaría avergonzado”.

El gobierno quiso dar la imagen de que nada había ocurrido. Fue nombrado Rector de UBA el autodenominado “juez de la Revolución Libertadora” Luis Botet (calificado por los diarios “serios” como eminente penalista). Renunciaron los decanos de Filosofía y Letras, Ciencias Exactas y Arquitectura. 
En Exactas de un total de 675 docentes renunciaron 330 (66 profesores, 87 Jefes de Trabajos Prácticos, 105 ayudantes y 72 técnicos). Institutos como los Biología Marina, Cálculo, Meteorología, Televisión Educativa (pionero en América Latina), quedaron desmantelados. En total presentaron su renuncia 1500 docentes de todo el país que continuaron sus brillantes carreras en el exterior.

Mientras tanto el premio Nóbel Bernardo Houssay declaró que debían rechazarse todas las renuncias y evitar que los científicos, investigadores y técnicos abandonaran el país. Houssay se encontraba en el VII Congreso de Filosofía reunido en Mar del Plata del cual se retiró la delegación peruana en solidaridad con los intelectuales argentinos perseguidos.

Mientras tanto el canciller argentino Nicanor Costa Méndez se defendía ante el New York Times: “El nuevo gobierno no es una dictadura militar: el único militar que hay en el poder es el presidente y el presidente es un militar retirado. No es una dictadura: no hay nadie en la cárcel ni se ha perseguido a nadie por sus ideas políticas; nadie ha sido excluido del gobierno por esa razón. El gobierno ha comenzado por corregir la situación en las universidades, en la industria azucarera; está corrigiendo la situación en los ferrocarriles, en los puertos, y la situación que se refiere a los llamados precios políticos. En cuanto a la política exterior, la Argentina es un aliado de los EE.UU. porque cree en lo que creen los EE.UU., en los derechos del hombre como individuo y en la defensa de la vida del hombre como forma de libertad”. 1

Roberto Roth, el secretario técnico de Onganía, prefirió recurrir a la ironía: “No ha de haber hecho falta ningún milagro de persuaSión para convencer a los bravos integrantes de la Guardia de Infantería a repartir palos aquella noche. Hacía varias décadas que no hacían buenas migas con los estudiantes. Encontrarlos servidos en un patio de donde ninguno podía escapar parecía una bendición caída del cielo. Con la tanda de palos que recibieron los estudiantes, los intervencionistas tuvieron su argumento; la Guardia de Infantería, su satisfacción; los estudiantes, su martirio; y los dirigentes que habían buscado el incidente, su atropello a la cultura. Quedaba entonces todo el mundo contento. El incidente, una trifulca universitaria más, no hubiera merecido mayor comentario, pero un genio de las relaciones públicas le encontró un nombre y la bautizó, con lo cual ‘la noche de los bastones largos’ entró en la historia”. 2

Pero el glorioso movimiento estudiantil argentino iba seguir con su tradición de lucha y vendrían duras y heroicas jornadas de resistencia en todas las universidades del país de Salta a la Patagonia y de Mendoza a Corrientes, y a Onganía y a sus socios se les acabó su dictadura “con objetivos y sin plazos”, porque estudiantes y obreros comenzaron a destruir sus objetivos y a emplazarlo.

29 de julio de 1966 - La noche de los bastones largos

El 29 de julio de 1966, las universidades nacionales fueron intervenidas y ocupadas militarmente en el episodio que se conoce como la “noche de los bastones largos”. Cientos de profesores, alumnos y no docentes que ocupaban varios de los edificios de las facultades de Buenos Aires en defensa de la autonomía universitaria y la libertad de cátedra fueron salvajemente golpeados por miembros de la Guardia de Infantería de la Policía Federal, enviados por Onganía, quien decretó la intervención a las universidades nacionales y la “depuración” académica, es decir, la expulsión de las casas de altos estudios a los profesores opositores, sin importar su nivel académico. La consecuencia de esta noche negra para la cultura nacional fue el despido y la renuncia de 700 de los mejores profesores de las universidades argentinas, que continuaron sus brillantes carreras en el exterior. 



Carta del profesor Warren A. Ambrose
Buenos Aires, Argentina, 30 de julio de 1966

Carta al Editor
The New York Times
New York, N.Y.
Estimados señores:

Quisiera describirles un brutal incidente ocurrido anoche en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires y pedir que los lectores interesados envíen telegramas de protesta al presidente Onganía.

Ayer el Gobierno emitió una ley suprimiendo la autonomía de la Universidad de Buenos Aires y colocándola (por primera vez) bajo la jurisdicción del Ministerio de Educación. El Gobierno disolvió los Consejos Superiores y Directivos de las universidades y decidió que de ahora en adelante la Universidad estaría controlada por los Decanos y el Rector, que funcionarían a las órdenes del Ministerio de Educación. A los Decanos y al Rector se les dio 48 horas de plazo para aceptar esto. Pero los Decanos y el Rector emitieron una declaración en la cual se negaban a aceptar la supresión de la autonomía universitaria.

Anoche a las 22, el Decano de la Facultad de Ciencias, Dr. Rolando García (un meteorólogo de fama que ha sido profesor de la Universidad de California en Los Ángeles), convocó a una reunión del Consejo Directivo, de la Facultad de Ciencias (compuesto de profesores, graduados y estudiantes, con mayoría de profesores) e invitó a algunos otros profesores (entre los que me incluyo), a asistir al mismo. El objetivo de la reunión era asistir al mismo. El objetivo de la reunión era informar a los presentes sobre la decisión tomada por el Rector y los Decanos, y proponer una ratificación de la misma. Dicha ratificación fue aprobada por 14 votos a favor, con una abstención (proveniente de un representante estudiantil).

Luego de la votación, hubo un rumor de que la policía se dirigía hacia la Facultad de Ciencias con el propósito de entrar, que en breve plazo resultó cierto. La policía llegó y sin ninguna formalidad exigió la evacuación total del edificio, anunciando que entraría por la fuerza al cabo de 20 minutos (las puertas de la Facultad habían sido cerradas como símbolo de resistencia –aparte de esta medida no hubo resistencia). En el interior del edificio la gente (entre quienes me encontraba) permaneció inmóvil, a la expectativa. Había alrededor de 300, de los cuales 20 eran profesores y el resto estudiantes y docentes auxiliares. (Es común allí que esa hora de la noche haya mucha gente en la Facultad porque hay clases nocturnas, pero creo que la mayoría se quedó para expresar su solidaridad con la Universidad).

Entonces entró la policía. Me han dicho que tuvieron que forzar las puertas, pero lo primero que escuché fueron bombas, que resultaron ser gases lacrimógenos. Al poco tiempo estábamos todos llorando bajo los efectos de los gases. Luego llegaron soldados que nos ordenaron, a los gritos, pasar a una de las aulas grandes, donde nos hizo permanecer de pie, con los brazos en alto, contra una pared. El procedimiento para que hiciéramos eso fue gritarnos y pegarnos con palos. Los golpes se distribuían al azar y yo vi golpear intencionalmente a una mujer –todo esto sin ninguna provocación. Estoy completamente seguro de que ninguno de nosotros estaba armado, nadie ofreció resistencia y todo el mundo (entre quienes me incluyo) estaba asustado y no tenía la menor intención de resistir. Estábamos todos de pie contra la pared –rodeados por soldados con pistolas, todos gritando brutalmente (evidentemente estimulados por lo que estaban haciendo –se diría que estaban emocionalmente preparados para ejercer violencia sobre nosotros). Luego, a los alaridos, nos agarraron a uno por uno y nos empujaron hacia la salida del edificio. Pero nos hicieron pasar entre una doble fila de soldados, colocados a una distancia de diez pies entre sí, que nos pegaban con palos o culatas de rifles y que nos pateaban rudamente en cualquier parte del cuerpo que pudieran alcanzar. Nos mantuvieron incluso a suficiente distancia uno de otro de modo que cada soldado pudiera golpear a cada uno de nosotros. Debo agregar que los soldados pegaron tan brutalmente como les era posible y yo (como todos los demás) fui golpeado en la cabeza, en el cuerpo, y en donde pudieron alcanzarme. Esta humillación fue sufrida por todos nosotros –mujeres, profesores distinguidos, el Decano y Vicedecano de la Facultad, auxiliares docentes y estudiantes. Hoy tengo el cuerpo dolorido por los golpes recibidos pero otros, menos afortunados que yo, han sido seriamente lastimados. El profesor Carlos Varsavsky, director del nuevo Radioobservatorio de La Plata, recibió serias heridas en la cabeza, un ex secretario de la Facultad (Simón) de 70 años de edad fue gravemente lastimado, como asimismo Félix González Bonorino, el geólogo más eminente del país.

Después de esto, fuimos llevados a la comisaría seccional en camiones, donde nos retuvieron un cierto tiempo, después del cual los profesores fuimos dejados en libertad sin ninguna explicación. Según mi conocimiento, los estudiantes siguen presos. A mí me pusieron en libertad alrededor de las 3 de la mañana, de modo que estuve con la policía alrededor de cuatro horas.

No tengo conocimiento de que se haya ofrecido ninguna explicación por este comportamiento. Parece simplemente reflejar el odio para mí incomprensible, ya que a mi juicio constituyen un magnífico grupo, que han estado tratando de construir una atmósfera universitaria similar a la de las universidades norteamericanas. Esta conducta del Gobierno, a mi juicio, va a retrasar seriamente el desarrollo del país, por muchas razones entre las cuales se cuenta el hecho de que muchos de los mejores profesores se van a ir del país.

Atentamente,

Warren Ambrose
Profesor de Matemáticas en
Massachussets Institute of Technology
y en la Universidad Nacional de Buenos Aires


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