Revista Cítrica
En pleno siglo XXI, en Salta, comunidades arrasadas por la crecida del río Pilcomayo en febrero, quedaron marginadas. Le piden al gobernador que les suministre servicios básicos para la vida. Pero la desidia política en Argentina alcanza niveles de insensibilidad alarmantes.
Los invisibilizan. Y no solamente en forma virtual, cultural, o ignorándolos a través de los medios de comunicación ordinarios. Sino también físicamente. La sociedad en general, sus pares, sus iguales, el "otro", le da la espalda. La insensibilidad estatal -nacional y provincial- que hoy impera en Argentina roza horizontes pavorosos.
El foco es colocado sobre los pueblos originarios solamente con el fin perseguirlos, demonizarlos, criminalizarlos, convertirlos en enemigos, tildándolos con pseudo formatos ridículos como el de "terroristas", y demás acepciones. Sin embargo, cuando la lente agudiza su sensibilidad, la realidad es diametralmente opuesta.
Y allí están. Son. Tienen identidad, arraigo, vida. Existen, aunque traten de esconderlos. No solamente precisan luz eléctrica, sino también luz social. Están. Son. Existen.
Comunidad "13 de enero", 20 familias, Cacique Mateo Torres.
Comunidad "La Golondrina", 19 familias, Cacique Juan Carlos González.
Comunidad "Cruce Nueva", 20 familias, Cacique Ruperto Dixon.
Comunidad "Anglicana 2", 16 familias, Cacique Héctor Constantino.
Comunidad "Cañada Larga", 8 familias, Cacique Lemir Paz.
Comunidad "Padre Coll Vieja", 18 familias, Cacique Moisés Menéndez.
Muchos de los pueblos originarios siguen siendo lanzados sistemáticamente a los deciles de mayor marginación. En Salta, -el feudo de Juan Manuel Urtubey, un gobernador afín a los desmontes, y que se mostró invariablemente como alfil incondicional ante los designios del presidente Mauricio Macri y sus decisiones sociopolíticas- la inundación que provocó el río Pilcomayo, no deja de generar estragos.
Después de las crecidas de enero y de años de falta de planeamiento, los habitantes de Santa Victoria Este, cerquita de Tartagal, tuvieron que huir como pudieron. Pasaron los meses, y el abandono se incrementó. Ahora, los desclasados se manifiestan a través de un corte de ruta. Las comunidades tuvieron que ser trasladadas. La inundación los ha afectado en forma completa.
Salvaron lo que pudieron y movilizaron a todas sus familias a otro lugar, allí donde no pasó el río. Estas comunidades están cortando la ruta 54 desde hace 10 días. ¿Qué piden? Agua y luz. Necesidades por debajo de las básicas del siglo XXI. Agua y luz...
Y quizá, lo más penoso de toda la situación es que la solución se encuentra a tiro de piedra. Sí. Las comunidades están literalmente "al lado" de la corriente eléctrica. Es decir que, al costado de la ruta 54 -donde acampan como pueden- es por donde pasa el tirado de energía. Ante lo cual, este absurdo contexto se solucionaría apenas con tres elementos: decisión política, un transformador y un poste.
A pesar de esta sencillez al alcance de la mano de Urtubey, Macri y sus huestes, no ha habido ningún tipo de respuesta por parte del gobierno, tanto nacional como provincial. La invisibilización y la desidia en su estado más puro y desalmado.
El problema del acceso al agua potable, si bien es más difícil de solucionar, no deja de ser una empresa realizable. Es más complejo porque el agua está lejos y -lógicamente- construir un pozo profundo para extraerla no es algo que se solucione de un día para el otro. En la zona hay ausencia absoluta de agua. Y desde el estado provincial se expone una incapacidad manifiesta de acercar unos tinacos y llevar agua potable con un camión, para que las comunidades puedan consumirla con el objetivo básico de la subsistencia. Cada tanto, un móvil municipal acerca un poco de suministro, pero no alcanza para nada.
El bien del agua potable para consumo, en pleno siglo XXI, se manifiesta como una virtual quimera para las comunidades desplazadas. Corridas no solo por el río Pilcomayo, sino -principalmente- por la desidia política. Sin una solución -ni total ni parcial- ante esta situación, el minuto a minuto es violentamente crítico.
Sólo precisan un poste y un transformador para poder hacer la bajada de luz. Urtubey se los niega, mientras firma con el ministro de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, Sergio Bergman, la autorización para que se lleven a cabo cerca de 30 desmontes en el terruño que gobierna.
Agua y Luz.
Tras la inundación, las comunidades viven como pueden, en casas muy precarias. Construyeron una especie de carpas, con plástico negro. Enfrentan un panorama desolador. Viviendas destruidas, cultivos arrasados, sin animales, sin caminos. Hace diez días que gritan su desamparo. Y no hay respuesta por parte del Estado. No existe ningún tipo de disposición desde el gobierno salteño para atender su pedido. Un drama de otro siglo, ahora.
Fuente: Revista Cítrica
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