3 de agosto de 2018

Vero Córdoba: “Comprar una olla de barro es un hecho político”





Cada dos años, alfareras y alfareros se reúnen a vivir una semana de creación colectiva, expresión artística y profunda reflexión en torno al oficio y a las tradiciones ancestrales de nuestros pueblos originarios. En el Día de la Pachamama, recuperamos lo que fue el Encuentro Nacional de Ceramistas Barro Calchaquí de la mano de la artista y docente Vero Córdoba.

Por Julieta Pollo para La tinta

Entre los dedos de las ceramistas nace un cacharro y en ese acto recrean otra forma de concebir nuestro vínculo con la tierra: con barro húmedo moldean convivencia, cultura y el fuego sagrado de las tradiciones americanas que se resignifican al calor de nuestras luchas populares actuales.

Así sucedió en el Encuentro Nacional de Ceramistas Barro Calchaquí. Una treintena de artistas trabajaron durante la segunda semana de julio en la plaza del pueblo salteño San Carlos bajo la temática de esta edición que fue “La Minga”, concepto andino y milenario que sintetiza las relaciones de reciprocidad, compromiso y complementariedad expresadas cuando una comunidad se reúne a trabajar con un objetivo en común. Las piezas fueron horneadas el viernes durante toda la noche, luego de la visita a la Cantera de Arcilla, y el sábado fueron expuestas en la misma plaza a la vista de todo el pueblo.

El encuentro se desarrolla cada dos años en San Carlos, un pueblito que está a unos 20 km. de Cafayate en el noroeste argentino, que reúne dos dimensiones que conviven y que lo hacen único: conserva su rasgo autóctono, arqueológico y ancestral conjugado con el dinamismo que le imprime el paso de los viajeros que recorren la ruta 40.


De manera paralela, se desarrollan una multiplicidad de actividades que, a partir del barro, toman vida propia y nutren el encuentro. Hubo demostraciones de maestros alfareros de la zona que ahondaron en torno a herramientas, técnicas ancestrales y materiales de alfarería; talleres de animación con arcilla y creación audiovisual para niños; muestras de todo tipo de arte visual; recitales de música y copla; mingas de escultura; conversatorios en torno a economía social, buen vivir, culturas ancestrales, arte y oficio cerámico; y también tejidos, títeres, narración oral, canto colectivo, presentaciones de libros, poesía, taller de danzas, proyecciones, fotografía, comida y encuentro comunitario.

La tinta conversó con Vero Córdoba, artista, ceramista, alfarera, docente y fundadora del espacio de formación La Cacharra Cerámica, acerca de su experiencia como hacedora cultural cordobesa parte del colectivo organizador de Barro Calchaquí 2018. La calma, la calidez y la profunda reflexión que Vero imprimió sobre cada uno de los temas que tocamos en esta charla, contribuye a que tomemos dimensión de lo que significa ejercer hoy este oficio milenario que perpetúa el legado de nuestros pueblos originarios a la vez que los resignifica en nuestras nuevas luchas.

—¿Qué es el Encuentro del Barro Calchaquí y qué lo hace tan único y especial?

—El Barro Calchaquí es un encuentro de ceramistas que se hace cada dos años y que consiste en que alfareros y alfareras laburan durante una semana a la vista del público. A la par de la creación suceden mil otras cosas como los encuentros de copleros, charlas y talleres, música, canto, dibujo, radio abierta, talleres para niñas… cada vez se amplía más todo lo que sucede por fuera del laburo estrictamente cerámico.

Es un encuentro autogestivo que se hace y se sostiene con la participación de las personas que llegamos al encuentro y con la gestión a pulmón de todos los recursos que son necesarios para que sea posible. También está muy bueno que es un encuentro abierto a la comunidad: sucede en la plaza del pueblo y eso genera como todo un espíritu de apertura y de participación más allá de ser ceramista o no, un poco se cuela en la vida cotidiana del pueblo de San Carlos donde sucede y eso hace que sucedan cosas propias del encuentro con la gente local, de hacerlo en el espacio público y de sacar la cultura y la creación fuera de las cuatro paredes del taller. Permite poder pensarlo como una cuestión más dinámica que se nutre de lo social y la idiosincrasia de ese lugar.

También es interesante que al ser un encuentro autogestivo y comunitario las lógicas de laburo que se van gestando también tienen ese sello de ser abiertas, en permanente construcción y diálogo con las necesidades de quienes participan y también atentas a que realmente sea apropiado y vivido por los habitantes de San Carlos y que se vuelva parte de su identidad cultural.


—¿Cuáles son las rupturas y las reivindicaciones que propone el Barro Calchaquí?

—Uno de los propósitos del encuentro es un poco romper con ciertos parámetros o modos de valoración que son bastante impuestos en relación a lo artesanal y lo artístico, cuál es la cerámica que tiene valor y cuál es la que no. El laburo que tiene raíz más artesanal y popular o tradiciones de ciertas formas de hacer cerámica, han sido categorizadas muchas veces como cerámica de bajo valor y de hecho en el mercado tienen un valor mucho menor que otro tipo de cerámica.

Son básicamente las expresiones de las tradiciones alfareras de los pueblos originarios y el Barro Calchaquí tiene un propósito muy grande en relación a eso. Por un lado, pone en valor la arcilla local que es, yo pienso, casi como una disputa política porque tiene que ver con una obtención de la materia prima que requiere poner el cuerpo para eso y para realizar un montón de trabajo para que ese pedazo de tierra pueda terminar siendo un cacharro. Entonces es una apuesta muy fuerte por revalorizar las identidades locales. El otro pilar de disputa ideológica y política es que las creaciones alfareras con técnicas tradicionales valen y mucho, no solo en valor monetario sino también como expresión cultural simbólica.

—¿Cómo se dio tu acercamiento al espacio y por qué decidiste participar como organizadora?

—En 2014 fui por primera vez al Barro Calchaquí y me enamoré de la propuesta, me hizo acordar a muchas vivencias y experiencias de otros encuentros comunitarios como el de San Antonio de Arredondo o el de Villa del Dique… de repente como artesana llegar a un encuentro cuyo eje era el trabajo con la tierra y la creación me voló la cabeza y también el hecho de poder hacer, crear y poder estar construyendo y deconstruyendo el oficio de ceramista a la vista de la gente del pueblo. Para poder decir cosas como creadora me parece fundamental poder tener ese ida y vuelta y no muchas veces es muy accesible esto, esa horizontalidad de estar ahí y nutrir ese proceso desde su propia mirada, desde sus preguntas. De repente esas preguntas que surgen de quien está observando te genera muchos quiebres y nuevas preguntas del hacer, cómo, para quién, qué decimos.

En 2016 volví a ir ya no como observadora sino como participante en la plaza. Este año pensé que podía tener otro modo de participación, desde el pensar formas de desarrollar el encuentro y de que se profundizara la idea de que sea participativo. Hasta 2014 estaba impulsada principalmente por dos personas, Gastón y Juan, que venían trabajando en equipo pero aún no habían logrado pensarse como colectivo organizador.

El trabajo como ofrenda

—¿Contanos quién es doña Joaquina Rueda, una de las participantes del encuentro?

—Doña Joaquina Rueda es la alfarera más viejita de San Carlos. Vive en un paraje cercano muy pequeño y labura con arcilla de ahí. Invitar a Joaquina o a las alfareras de Casira, que es un pueblo alfarero que se dedica a hacer ollas de barro en la Puna Jujeña, es construir una mirada que valorice esas expresiones y volver a dotarlas de un lugar en el mundo cerámico.

Es muy fuerte compartir con ella y verla trabajar porque tiene un modo de hacer y su cerámica tiene una forma que muchos dirían que no está bien hecho, que la cocción es precaria, que la temperatura, que la cocción, que la dureza… cuestiones que tienen que ver con parámetros ideales de belleza y método totalmente pre-establecidos.

Vos estás al lado de Joaquina viéndola trabajar y te das cuenta de que la cerámica va más allá de estas cuestiones accesorias. Hay una conexión de la gente que trae consigo y que hace que estas tradiciones sigan existiendo que es un sentido muy, muy profundo que a veces a nuestras racionalidades y a nuestros modos de vida cuasi urbanos occidentalizados nos cuesta entender. Nos cuesta entender que esta señora de 85 años recolecte la arcilla, haga estos cacharros y que los venda al valor que los vende. Hablando con Joaquina te das cuenta de que el sentido del laburo con la tierra para ella es otro, porque el sentido del trabajo es otro y eso te quiebra la cabeza porque surgen miles de preguntas y contradicciones. 

—¿Como cuáles?

—Qué es el trabajo y el valor que le damos a lo artesanal, al legado ancestral que ella transmite y recrea en cada una de sus piezas. Se plantean muchas problemáticas que son económicas pero también históricas y culturales y de disputa de poder simbólico y de qué es lo bello y qué lo artesanal y qué vale. Ahí nos encontramos y para mí eso es fundamental que suceda porque a muchas nos hace replantearnos nuestro trabajo, el encuentro con realidades de compañeros y compañeras ceramistas muy distintas a la nuestra y que están sometidos a lógicas de mercantilización en que no tienen mucho margen de acción… como las olleras de Casira y la realidad concreta de ser totalmente estafadas por parte de los intermediarios que van y cargan camionadas de ollas por dos mangos y las venden también por dos mangos pero cinco o seis veces más de lo que pagaron por ellas. De repente la gente vuelve del norte diciendo “Ay qué barata la olla…” pero sin preguntarse qué realidad está invisibilizando esa olla a 200 pesos, cuál es la realidad del artesano, de su familia.

El hecho de que una olla de barro nos haga preguntarnos todas estas cosas es maravilloso y da la pauta de que comprar una olla de barro es un hecho político porque estás decidiendo también un modelo de economía y una forma de vida para el artesano que lo produce. Estas cosas en el Barro Calchaquí se ponen sobre la mesa y se ponen en discusión: qué hacemos con nuestro trabajo, qué tipo de consumidor de lo artesanal estamos formando, qué tipo de creadores estamos formando en nuestros talleres de cerámica, qué materiales estamos utilizando, qué recursos. Es ir más allá de la acción de consumo.


—En el Día de la Pachamama te pregunto ¿qué cosas nos puede enseñar el oficio de alfarera en cuanto a nuestra tierra? En un día de ofrenda y gratitud, ¿qué le agradeces al barro?

—El oficio de alfarera creo que nos puede enseñar a caminar con respeto sobre esta tierra, a ser conscientes de que somos un todo con ella y que lo que hacemos es muy profundo y sencillo a la vez. A veces miro las plantas y reflexiono mucho sobre los ciclos que nos muestra la tierra. Cosas muy sencillas como el nacimiento de una semilla, que una lo da por sentado, es algo de una profundidad y una vitalidad y tan necesario para que todo lo que existe y lo que conocemos sea posible, que te maravilla en cuanto a lo enorme que es el potencial de vida de la tierra. El oficio de alfarera nos puede enseñar a no dejar de maravillarnos y de nos ofrece la posibilidad de ser guardianas en algún punto de esa bendición que es la tierra.

Yo le agradezco al barro la posibilidad de crear y de transformarnos a nosotras mismas. Le agradezco la enseñanza de que todo es un ciclo, de que todo se puede transformar: cuando empezás a mirarte en los procesos que vamos viviendo con el barro entendés que a veces queremos como sentenciar respuestas o tener verdades absolutas y le agradezco al barro que me enseña todo el tiempo que no es así y que todo puede ser de otro modo. Me enseña que no hay una única forma y que cada expresión en su unicidad y en su diversidad es valiosa en sí, eso también me enseña el barro y por eso le agradezco.

Moldear la Cacharra

—¿Cómo empezó tu camino de moldear barro?

—Mi camino con el barro empezó hace unos cinco o seis años atrás… yo estaba muy estresada laboralmente, venía trabajando como comunicadora social en varios proyectos, tenía como diez changas a la vez y un día me crucé con una amiga en la parada del colectivo yendo a trabajar a un lugar que no quería y ella, que venía de hacer cerámica, me pasó el dato de la profe. Ahí caí al taller de Olga Tarditti que es una ceramista muy copada de acá de Córdoba y fue un amor a primera vista. Me generó una sensación muy buena el trabajo con la arcilla en ese primer contacto y también me hizo preguntarme muchas cosas sobre mi trabajo, sobre el modo en que estaba viviendo, la temporalidad de las cosas que producía, la materialidad, y también sobre mi propia economía. En ese momento yo militaba mucho y bregaba por la autogestión pero para los otros, y para poder sostener esas banderas yo me super autoexplotaba en el trabajo. Así nació La Cacharra, de ese amor que me generó la cerámica, encontrar una forma de vivir digna, libre y autogestivamente, con mucho tiempo y proceso de gestación, pero así, un camino de aprendizaje y deconstrucción muy zarpado de las propias lógicas y de las necesidades, de los consumos, muchas cosas.

La Cacharra nació al principio como proyecto de creación cerámica orientado a hacer piecitas. Ahí nomás me crucé con un loco ceramista mendocino que andaba dando talleres itinerantes con su proyecto Estación Cerámica y fue él que me invitó al primer Barro Calchaquí, todo en un mismo mes. Y esas dos cosas me hicieron hacer un giro muy grande en el laburo y ahí La Cacharra fue encarando un rumbo de trabajo distinto, con el deseo de que la gente que venga se lleve esas preguntas y ese abrir los ojos sobre lo que implica el laburo artesanal con una fuente de vida como la tierra en sus más enormes implicancias: desde la megaminería y los agrotóxicos, hasta qué consumimos y qué llevamos a nuestra mesa, qué vínculo generamos con la tierra.

El taller este año lo llamé “Aprender cerámica” porque en realidad me cansaba un poco que la gente viniera con su deseo ansioso de llevarse su tacita lista a su casa y no pudiera dimensionar todo esto otro. Este año estamos trabajando con arcillas recuperadas que recolectamos en la zona de Villa Caeiro y Cosquín. No estamos consumiendo materiales que no sean necesarios consumir si se pueden recuperar. Luego de recolectar las cocemos, las tamizamos… nos lleva mas o menos un mes y medio de laburo preparar la arcilla y otro mes y medio para estacionarla, después recién la usamos para hacer algo y eso en las cabezas de las pibas que están viniendo es como “Uau, no puedo creer que todo este camino hay que hacer para hacer cerámica”. Y eso quiero transmitir desde este oficio, porque es necesario a veces salir de esa lógica de inmediatez que tenemos en todo. El laburo con la cerámica te enseña que nada es inmediato: todo lo bueno, lo profundo y lo que nace lleva un proceso. Eso es lo mas difícil de enseñar y lo más valioso para aprender haciendo cerámica. 

Hay una actividad que hacemos en el Barro Calchaquí que es la visita a la cantera de donde se extrae la arcilla que se usa en el encuentro. Es una actividad muy movilizadora porque en general lo que nos pasa es que la primera vez que vamos es como si nos encontrásemos con una montaña de chocolate gratis y nos abalanzáramos todos a mordisquearla. Es como un acto inconsciente de no poder mirar más allá de uno y de lo que uno desea ya, porque para los ceramistas de la zona ese recurso es valiosísimo y limitado, no es que una siembra y nace arcilla sino que se extrae y no deja de ser una minería a pequeña escala.

La gente de San Carlos recolecta arcilla una vez al año cuando el río está bajo y después se muele, se tamiza, se humedece, se amasa, se procesa y eso lleva tiempo y esfuerzo, y todo este trabajo está encarado con una mirada de sustentabilidad y ritualidad sobre eso que es el propio trabajo. Ellos están abriendo la apacheta para iniciar la ceremonia y todos los visitantes estamos en la cantera abalanzándose, entonces es muy fuerte el contraste. Por eso este año le dimos otra impronta a la visita a la cantera para llenarla de sentido, para hablar sobre las arcillas, para visibilizar que es un laburazo trabajar con arcillas locales, pensar que es un recurso escaso y que debemos tener conciencia en su utilización. Este año se armó un conversatorio zarpado porque vino gente de Puerto Madryn, Catamarca, Entre Ríos, Uruguay, Chile… y fue interesante escuchar cómo en cada lugar se trabaja con la arcilla local, cómo se obtiene, y también cómo en cada lugar la acción del hombre y de los grupos económicos están devastando este recurso.


Nuestra historia en el barro

—En el barro puede leerse la historia de nuestras culturas americanas, y me interesa mucho cómo desde el hoy ejerciendo un oficio milenario se actualizan los mensajes. ¿Imaginas que tal vez alguien puede encontrar dentro de muchos años tus piezas de pañuelos verdes y que le narre lo que hoy vivimos con la lucha por el aborto legal?

—Ojalá que sí, que seamos arqueológicamente reconocidas algún día como luchadoras y protagonistas de este momento y de este cambio. Yo creo que esa es la fuerza del mensaje: la cultura, el hacer y poder crear y sacar ese mensaje a otros lugares tiene un potencial increíble. A mí siempre me quedaba picando esta idea de “Bueno, ¿qué hago con todo esto que sucede y este impulso de vida que una pone en crear cosas? ¿Cómo llegar a más gente y disputar sentidos, estar a la altura de nuestras luchas, de nuestros sueños y demandas?”.

Cuando salió toda esta movida de la lucha por la legalización se me vino el mosaiquito a la mente pensé que esto tiene que estar en la calle diciendo, porque nosotras estamos diciendo esto y estamos poniendo sobre la mesa este tema que estuvo muchas veces oculto e invisibilizado. Y somos nosotras las que estamos exigiendo y a grito vivo. Un poco ese es el espíritu del mosaiquito, tratar con algo muy icónico y simbólico poder hacer visible esta situación histórica y transformadora que estamos viviendo. Y sería muy zarpado que en un futuro los arqueólogos se preguntaran qué estábamos queriendo decir con este triangulito verde. Y bueno, muchas cosas queremos decir: libertad para decidir, libertad sobre nuestros cuerpos y libertad sobre nuestros territorios.


—Exactamente hace un año, en el día de la tierra, gendarmería arremetió contra el Pu Lof Cushamen demostrando que la histórica opresión a nuestros pueblos originarios está más vigente que nunca. ¿Cuál es la importancia de reivindicarlos? ¿Hay lugar para la discusión de estas problemáticas en los encuentros culturales de alfareras?

—Venimos charlando bastante post taller sobre todo en relación a la presencia militar. Conversábamos que nos deja como bastante preocupadas porque me parece que de un tiempo a esta parte y después de lo que pasó con Santiago Maldonado digamos que el enemigo ya lo tienen bastante bien fichado y van a eso. Me refiero a pensar ¿de qué nos vienen a proteger los milicos ahora, no? Como que en relación a los pueblos originarios se viene configurando una avanzada por los territorios, por lo que sus identidades reivindican y por lo que sus prácticas y modos de vida ponen en cuestión, en disputa. También lo vivimos y lo pudimos conversar y pensar en el encuentro con compañeros de las comunidades Diaguitas en Tucumán que también están viviendo una zarpada represión, asesinatos de sus líderes, cosas muy densas que buscan desarmar resistencias, desarmar soberanías, imponer muerte en los cuerpos y en los territorios.

Andalgalá, toda la zona de Catamarca con el tema de la minería parece que la importancia de reivindicar a los pueblos originarios va más allá de una cuestión simbólica, es una bandera de resistencia y también es un mensaje vivo de conexión con los territorios, de otros modos de vida, de producción, de otros vínculos con la tierra y son cuerpos haciéndole frente a estos negociados, a estos atropellos. Encuentran en la carne misma la posibilidad de sobrevivir, de ser y hacer otra cosa, demostrar que la vida es otra cosa también y no solo la ganancia para unos pocos, la destrucción y el arrasar con todo entonces sí me parece importante visibilizar estas luchas en el sur y en el norte y en el otro norte… cada coyuntura tiene su tinte y su particularidad en cuanto a las opresiones históricas que cada pueblo ha vivido y en cuanto a sus luchas y opresiones actuales.

El año pasado estuvimos en una feria artesanal muy grande que se hace en Quitilipi en Chaco y fue re fuerte porque en ese momento era muy difícil hablar sobre la situación en el sur… decir Mapuche era controversial a nivel social y allá en el Chaco, en esa feria artesanal, la presencia de los compañeros y compañeras de los pueblos originarios era masiva y había charlas debate sobre crímenes históricos cometidos sobre sus pueblos, una visibilizarían muy grande sobre sus etnias, de los Quom, de los Moqoit, de los Wichi. Y a la vez mucha necesidad, mucha precariedad, violencias actuales que continúan hacia la muerte, hacia la destrucción en muchos aspectos, en la contaminación de los ríos, en el desmonte, el avance de la soja, la malnutrición por la falta de acceso a sus tierras ancestrales… muchas carencias y un estado de violencia permanente por parte de los estados. Entonces sí creo que hay mucho todavía por caminar en ese sentido y por seguir aprendiendo de estas resistencias y a la vez, así muy íntimamente, un estado de incertidumbre ante lo que se puede venir, así como también de esperanza de que existimos porque resistimos. 

*Por Julieta Pollo para La tinta.

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