Thelma Gómez Durán Feb 11, 2017
Hace cuatro horas la camioneta 4x4 dejó la ciudad de Oaxaca y se internó en los caminos de la sierra norte. Aún falta una hora para llegar a San Juan Yaeé. Si este viaje se realizara en transporte público —en un camión que solo pasa una vez al día—, el trayecto duraría ocho horas. Quizá más.
El tiempo depende de la espesura de la niebla que cobija estas tierras casi todas las tardes. También de si la lluvia no deja a su paso derrumbes o troncos caídos. Son pocos los que se internan en los caminos angostos y más profundos de la sierra. Son contados los que visitan las pequeñas comunidades zapotecas salpicadas entre montañas y bosques. La camioneta 4x4 color gris recorre estos senderos con frecuencia. Hoy lleva, amarrados sobre su techo, una escalera, cinco delgados tubos de cobre y un mástil metálico de más de tres metros de altura.
Con esos fierros encima es difícil que pase inadvertida. Para las dos mujeres que se dirigen a pie hacia San Juan Yaeé, la camioneta es su salvación. Se paran en medio del camino y piden un aventón. Con sonrisas tímidas agradecen que se les ahorre una hora de trayecto. Con los desconocidos hablan poco; entre ellas platican en zapoteco. Al llegar a su destino se atreven a preguntar en español: “¿Ustedes son de la telefonía?”. En la tienda, en la presidencia municipal y en la escuela primaria rural “Mártires de la Revolución”, la camioneta 4x4 cargada con sus fierros provoca las mismas preguntas.
“¿Ya vienen a arreglar la señal? ¿Cuándo va a quedar? ¿Hoy podremos hablar?”, pregunta, impaciente, David, campesino que también tiene una tienda. “El celular nos hace mucha falta. Yo lo necesito para hablar con mis hijos que estudian en la ciudad, allá en Oaxaca”.
“En estos días hemos estado sin señal y no podemos comunicarnos con los esposos cuando van al campo”, explica María, una de las mujeres que llevan el almuerzo a la primaria para compartirlo con sus hijos durante el recreo.
Desde el amplio patio de la escuela, mujeres y niños miran cómo Agustín Hernández y Javier de la Cruz, técnicos de Telecomunicaciones Indígenas Comunitarias (TIC, A. C.), bajan de la camioneta tubos, escalera, rollos de alambre de cobre y cajas de herramienta. Se preparan para subir el cerro Las Tres Marías. La misión no es fácil, mucho menos cuando se tienen que cargar todos esos fierros y herramientas. En la cima de ese cerro está la antena que hoy se cambiará y que sostiene parte del equipo —creado con software y hardware libre— con el que es posible que este pueblo tenga su propia red de telefonía celular. Con los técnicos, en plena faena, están el secretario municipal y los regidores de Educación, Hacienda y Salud; fueron elegidos por usos y costumbres para ocupar esos puestos como parte del tequio, trabajo comunitario que rige la vida social de estas tierras.
San Juan Yaeé, comunidad de poco más de mil habitantes, fue una de las primeras en sumarse a la Telefonía Celular Comunitaria, iniciativa impulsada por Rhizomática y Redes por la Diversidad, Equidad y Sustentabilidad, A. C., organizaciones que desde 2013 trabajan con pequeñas localidades para que operen y administren su propia red de telefonía móvil, una red autónoma que no depende de las grandes empresas que durante años se han negado a llevar el servicio a estas pequeñas poblaciones.
En México, de acuerdo con cálculos de la organización Redes, cerca de 50 000 localidades no tienen telefonía celular; son comunidades con menos de 5000 habitantes, número necesario de pobladores para que grandes empresas consideren otorgar el servicio.
La Telefonía Celular Comunitaria comenzó como un experimento. Hoy es una red presente en 17 comunidades de Oaxaca. Una red que permite a casi 3000 personas comunicarse con celular pagando tarifas mínimas, que ha demostrado que los pueblos rurales e indígenas pueden operar su propia infraestructura en telecomunicaciones y, sobre todo, que ha abierto caminos alternativos para que estas poblaciones tengan acceso a la tecnología.
DE NIGERIA A OAXACA
Para entender cómo nace esta telefonía, hay que contar parte de la historia de un estadounidense, graduado en estudios urbanos por la Universidad de Pensilvania. En Estados Unidos, Peter Bloom conoció a nigerianos exiliados y el sitio de internet que crearon para difundir información censurada en su país: Saharareporters.com. Su interés por los medios independientes tomó fuerza. Viajó al país africano y colaboró con organizaciones que usaban el celular como aliado para divulgar violaciones a los derechos humanos. La herramienta tecnológica comenzó a perder eficacia cuando el gobierno empezó a espiar y a intervenir los teléfonos de los activistas. Además, el costo por mandar mensajes de datos era elevado. Ahí fue cuando Peter se preguntó: cómo hacer que una infraestructura, que la comunicación misma, no estuviera atada a las grandes compañías. Con esa idea fundó Rhizomática.
En Nigeria, Peter realizó experimentos para crear una red descentralizada de celulares. Tuvo avances, pero el proyecto no prosperó. Dejó África y en 2010 llegó a México. En tierras oaxaqueñas comenzó a colaborar con Palabra Radio, iniciativa que impulsa la apropiación de la tecnología en las comunidades y la creación de contenidos para las radiodifusoras comunitarias e indígenas. Conocer el contexto de estas radiodifusoras, su funcionamiento con pocos recursos, su historia de resistencia y el papel central que juegan en los pequeños pueblos —la mayoría sin servicios de telefonía— reactivaron sus reflexiones. ¿Si ya existe la red de radiodifusoras comunitarias —se preguntó— por qué no evolucionar hacia otras redes en el terreno de las telecomunicaciones?
Las herramientas que lo podrían ayudar las encontró en el mundo hacker. En Estados Unidos y Alemania se desarrollaban un par de proyectos de software y hardware libres para instalar redes de telefonía móvil; se trataba solo de experimentos para ser utilizados en festivales de música. Peter entró en contacto con esos hackers. En eso estaba cuando, en noviembre de 2011, conoció a Erick Huerta, abogado que, a mediados de la década de 1990, egresó de la Universidad Iberoamericana.
Erick realizó su servicio social en comunidades oaxaqueñas. Ahí conoció el “México profundo”, aquel que describió Guillermo Bonfil Batalla y que aún persiste. Durante un buen tiempo, Erick dividió su vida en dos. Trabajaba en un despacho especializado en telecomunicaciones y cuando podía viajaba a comunidades indígenas —varias de ellas ligadas al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)— para conocer más sobre sus formas de organización y la defensa de su autonomía.
Durante el sexenio de Vicente Fox, Erick encontró la oportunidad de unir sus dos vidas. En esos años se dieron las reformas al Artículo 2 de la Constitución, para reconocer que las comunidades indígenas tienen derecho a operar y administrar sus propios medios de comunicación, así como a tener acceso a la red de comunicaciones. Al final del sexenio de Fox, Erick trabajó en la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), como director de acceso a tecnologías de información y comunicación. Ahí conoció el proyecto de los centros digitales que formaban parte del programa sexenal e-México, para “llevar internet a las comunidades más alejadas”. Comprobó que “los centros se montaban sin entender las necesidades de las comunidades y sin que existiera la infraestructura necesaria para que funcionaran”. Él intentó corregir esas fallas, pero no logró mucho.
El sexenio de Fox terminó y, con él, la etapa de Erick en el gobierno federal. Lo que siguió fue su interés en continuar trabajando con las comunidades, pero ahora desde la sociedad civil. Creó Redes por la Diversidad, Equidad y Sustentabilidad, A. C., organización que trabaja el tema de la comunicación comunitaria.
En un encuentro de comunicadores comunitarios, realizado en Talea de Castro, Oaxaca, a finales de 2011, Peter conoció a Erick. Le explicó sus ideas de crear una red de telefonía celular para las comunidades, utilizando equipos con software libre. Erick, desde Redes, comenzó a estudiar las posibilidades para obtener el permiso. Peter, con Rhizomática, buscó la forma de obtener el equipo que, en ese entonces, costaba cerca de 35 000 dólares.
La idea de Peter llegó hasta oídos de Minerva Cuevas, artista conceptual que se entusiasmó tanto con el proyecto que consiguió fondos para comprar el equipo; después de utilizarlo en una de sus instalaciones lo donó a Rhizomática. Entre 2011 y 2012 se hicieron las primeras pruebas en la sierra norte de Oaxaca. Se demostró que el equipo sí funcionaba en estas tierras dominadas por los cerros. Lo que seguía era tener una comunidad decidida a instalar la primera red. Esa comunidad fue Talea de Castro.
En 2013, justo cuando estaban las discusiones de la reforma constitucional en materia de telecomunicaciones, Redes, Rhizomática y la comunidad de Talea de Castro solicitaron a la entonces Comisión Federal de Telecomunicaciones (Cofetel) una concesión experimental para su telefonía celular. La obtienen y el momento no podía ser mejor. Gracias a esa concesión, las organizaciones —sobre todo Redes— lograron incidir para que en la Ley Telecom se estableciera que en el espectro de telecomunicaciones se debe incluir el “uso social”, para que se garantizara el derecho de las comunidades indígenas a tener sus propios medios de comunicación y acceso a las telecomunicaciones.
LA LUCHA CONTRA GOLIAT
Entre los cerros que forman la sierra de Juárez de Oaxaca está Talea de Castro, lugar donde la Telefonía Celular Comunitaria mostró sus virtudes, pero también sus debilidades. Y, sobre todo, el sitio donde esta apuesta se enfrentó a las grandes empresas.
No puede decirse que Talea de Castro es un pueblo. Tampoco llega a ser una ciudad. Es la cabecera municipal adonde muchos habitantes de la sierra llegan para comprar lo que en sus comunidades no hay, para comercializar el café o para hacer trámites burocráticos. Aquí, a diferencia de muchos de los pueblos de la sierra, una gran parte de la población es mestiza. Aun así, los usos y costumbres marcan su organización social y política.
La noche de un martes de septiembre conocí a Keyla Ramírez, administradora de la red de Telefonía Celular Comunitaria en Talea de Castro. Me habían advertido que ya no quería hablar sobre el proyecto de telefonía. Pero ese día acepta contar lo que sucedió. Todo empezó con la radio comunitaria de Talea de Castro, Dizha Kieru (“Nuestra Palabra”, en zapoteco), la cual era operada por jóvenes. La radio los llevó a conocer a Peter Bloom y su idea de la telefonía celular. “Nos emocionamos mucho —recuerda Keyla—, porque en Talea no había servicio de telefonía. El municipio lo había solicitado varias veces a las compañías, pero ninguna quería instalarlo porque decían que no era costeable”.
El primer equipo se instaló en 2013. Cuando comenzó a funcionar, los pobladores hacían filas para activar su celular. En unas cuantas semanas se tuvo poco más de 300 usuarios. Al ver la gran demanda, las autoridades municipales decidieron adquirir un equipo con mayor capacidad y, por lo tanto, más caro. En ese entonces el costo era de 380 000 pesos. Las autoridades hipotecaron terrenos y pidieron préstamos para reunir el dinero. El nuevo equipo llegó en 2014. Para recuperar la inversión comenzó a cobrarse 30 pesos al mes por usuario. La red de telefonía celular de Talea llegó a tener 500 celulares activados. “Era tanta la demanda —cuenta Keyla— que la red se saturaba y comenzaba a fallar. Decidimos poner restricciones, como no activar teléfonos a menores de edad. Al principio tuvimos muchos dolores de cabeza. No sabíamos qué hacer cuando la red se caía, cuando se iba la luz y el equipo no se reiniciaba. Ahorita ya sabemos cómo resolverlo porque hemos tenido capacitaciones, pero al principio nos tocó enfrentar la prueba-error”.
Llegó 2015 y, con él, los cambios políticos que se viven en los municipios oaxaqueños regidos por usos y costumbres; en ellos, cada año, cambian las autoridades. Al nuevo presidente municipal la telefonía comunitaria no le agradaba, sobre todo porque el proyecto fortalecía aún más a la radio, la cual no era bien vista por varios políticos de la región.
Los problemas técnicos —las llamadas se cortaban y la red se caía con frecuencia—, así como la deuda que aún tenía el municipio, fueron los argumentos que utilizaron las nuevas autoridades para golpear el proyecto de telefonía. Decidieron no apoyarlo. Obligaron a los jóvenes de la radio a reintegrar los 380 000 pesos invertidos. Por lo que se regresó el equipo a los fabricantes y ellos devolvieron el dinero. Las autoridades municipales ocuparon esos recursos para pagar la instalación de una antena telefónica de Movistar. Como arte de magia, a Talea de Castro llegó una de las grandes empresas que durante años se había negado a pisar estas tierras. Y arribó con promociones de celulares al dos por uno, regalando fichas de recarga, camisetas, banderines y globos. Muchos globos verdes.
Keyla decidió seguir con la telefonía comunitaria. Rhizomática llevó a Talea de Castro un equipo nuevo que, hasta ahora, se sigue pagando. De los 500 usuarios que llegó a tener la red comunitaria de Talea de Castro ahora solo continúan 40. “¿Usas Movistar o la comunitaria?”, es una pregunta que se llega a escuchar en Talea. Si la respuesta es Movistar, la reflexión es: “¡Claro, tú tienes dinero!”. Usar el servicio de una empresa otorga un estatus diferente en la comunidad, no importa que sea más caro e ineficiente. Cuando hay niebla —algo muy cotidiano—, la red de Movistar presenta varias fallas.
A veces Keyla ha tenido ganas de no seguir porque con dificultad reúne el dinero que se necesita para mantener la red. Para ahuyentar esa idea piensa en las mujeres que cada mes activan su teléfono para hablar con sus esposos e hijos migrantes que viven en Estados Unidos. Hay otra razón por la que no se da por vencida. Y es el orgullo de saber que Talea de Castro fue la primera comunidad en mostrar que era posible tener otras alternativas y no depender de las grandes compañías. El orgullo de saber que gracias a que ellos se atrevieron otras comunidades adoptaron la Telefonía Celular Comunitaria.
A tres horas de Talea de Castro, al otro lado de los cerros, está Villa Alta, lugar en donde la telefonía comunitaria tiene más usuarios: poco más de 650. La demanda ha sido tal que ya se instalaron dos antenas y hay planes para colocar una tercera.
Santiago Nuyoo fue la comunidad número 17 que se sumó a la red. En julio pasado estrenaron su equipo y ya tiene 150 usuarios. Hoy poco más de 2700 personas —tanto en la sierra norte como en la sierra mixe de Oaxaca— son un eslabón de la red de Telefonía Celular Comunitaria a la que autoridades y Movistar trataron de frenar. Pero, como dicen las abuelas: lo que no mata, fortalece.
Antes de que venciera el plazo de la concesión experimental que permitió la operación legal de las primeras redes de esta telefonía comunitaria, Rhizomática, Redes y más de una decena de comunidades formaron la asociación civil TIC, A. C. Bajo esa figura solicitaron al Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT) una concesión para “uso social”. Uno de los argumentos que usaron en su solicitud fue la resolución de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), la cual reconoce la importancia de impulsar a pequeños operadores comunitarios para la cobertura social.
En julio de 2016, el IFT otorgó la concesión para “uso social” a TIC, A. C., la cual permite extender esta telefonía no solo en otras áreas de Oaxaca, también en Chiapas, Veracruz, Guerrero y Puebla. Esa concesión es pionera en el mundo. En ningún otro país se ha otorgado parte del espectro de telecomunicaciones para “uso social”. Erick Huerta, de Redes, lo califica como una revolución en el mundo de las telecomunicaciones.
“El esquema tradicional —explica Erick— considera que todo es un gran mercado, el cual se debe regir por la competencia. En ese esquema se supone que las grandes empresas van a dar servicio a esas comunidades, pero en realidad no lo hacen porque no es rentable para ellas. Al incluir el espectro para uso social no apuestas por un mercado, no apuestas por rentabilidad, apuestas por la sostenibilidad. Permites que entren otros modelos”.
UNA TELEFONÍA “DE NOSOTROS”
En la sierra norte de Oaxaca hay una región conocida como El Rincón. Ahí se habla una de las variantes del zapoteco; a quienes son originarios de estas tierras se les conoce como los xhidza. Santa María Yaviche es una de las comunidades que están en este rincón. Tiene poco más de 700 pobladores. Los papeles dicen que forma parte del municipio de Tanetze de Zaragoza, pero hace tiempo que la comunidad decidió ser autónoma. Eligieron no depender de otros para encontrar soluciones a sus necesidades. Su apuesta les funcionó. Abrieron una secundaria y un bachillerato, crearon la Fundación de Santa María, A. C. —enfocada a proyectos agroforestales—, e hicieron sonar su propia radio bautizada como Bue Xhidza (Aire Zapoteco). Pero había algo que no lograban conseguir: el servicio de telefonía celular.
Osvaldo Martínez, quien regresó a su pueblo después de estudiar agronomía en Chapingo, aún conserva los oficios que en agosto de 2008 presentaron en las oficias de Telmex y Movistar para solicitar que llevaran sus servicios a Santa María Yaviche. “Nos dijeron que no era posible porque somos un pueblo chico”.
En 2013, Osvaldo conoció el proyecto de la telefonía comunitaria durante un taller de radiodifusoras indígenas, en Guelatao de Juárez. Regresó a su pueblo y en una asamblea explicó que sí era posible tener servicio de telefonía y para ello no necesitaban de las empresas. En esa asamblea hubo quienes veían el celular como un peligro para su comunidad.
“Ya no vamos a tener comunicación persona a persona”, dijo alguno.
“Se van a romper nuestros usos y costumbres”, temió otro.
“Se va a dar más infidelidad”, advirtió alguien más.
“Si la telefonía va a ser de nosotros, no de una empresa, nosotros vamos a tener el derecho de apagarla si se están haciendo cosas indebidas, si no nos beneficia. Así que vamos a probar”, explicó un hombre mayor.
Al final, la comunidad aprobó que la radio comunitaria
—coordinada por Osvaldo— se hiciera cargo de la telefonía. Osvaldo recuerda que “se hizo la cooperacha” y compraron un equipo que, a diferencia del de Talea de Castro, era mucho más barato. Un palo de bambú sirvió como torre para instalar el equipo. Así funcionó varios meses hasta que se consiguieron recursos para tener una torre de metal.
En septiembre de 2016, Santa María Yaviche cumplió tres años con su red de Telefonía Celular Comunitaria. Tiene cerca de cien usuarios. Los recursos que reúnen cada mes no solo se utilizan para el funcionamiento de la red, también les alcanza para pagar los gastos de operación de la radio comunitaria. “La radio permitió que tuviéramos telefonía, ahora la telefonía hace fuerte a la radio —dice Osvaldo—. La telefonía ha sido muy importante en el proceso de autonomía. Ha mostrado que nosotros, los pueblos, podemos tener nuestros propios medios de comunicación”.
Las mujeres —asegura Osvaldo— son las que más usan la telefonía. Llaman a una tienda para preguntar el precio de los huevos o el aceite. Después llaman a la otra tienda y preguntan lo mismo. Así deciden dónde comprar. Si llega alguien a preguntar por su marido y él está en el campo, ya no tienen que ir a buscarlo o enviar a uno de sus hijos. Solo le llaman por teléfono.
En Santa María Yaviché, los celulares también han servido para que el campesino que se cortó con el machete avise a su familia. Para alertar cuando entra alguien desconocido al pueblo. Para llamar a la radio comunitaria para que avisen al pueblo que ese día, en su casa, se vende frijol o carne de cerdo. Y sí, los celulares también han sido aliados de los infieles. Un día, recuerdan en el pueblo, los restos de un celular amanecieron regados al pie de una ventana. Pronto se supo que el teléfono fue destruido por un marido que descubrió a su esposa enviando mensajes amorosos a otro hombre. El marido ya no quiso saber nada de los celulares.
No sucede lo mismo con otras personas del pueblo. Cada vez son más los pobladores, sobre todo jóvenes, que preguntan: “¿Cuándo vamos a tener internet?”. Incluso, un día antes de encontrarme con Osvaldo, dos mujeres fueron a buscarlo cuando miraron pasar la camioneta 4x4 cargada de fierros que se dirigía a San Juan Yaeé. “Creo que son los del internet”, le dijeron.
—Ya nos estamos preparando para cuando llegue internet —dice Osvaldo—.
—¿Cómo? —pregunto.
—Con educación. Nosotros tomamos de afuera lo que nos ayuda y lo adoptamos a nuestra realidad. Lo que no nos sirve lo desechamos. Así está pasando con la radio y la telefonía, como son de nosotros podemos usarlos desde lo que somos como comunidad, como pueblo.
La experiencia de la telefonía llevó a que Osvaldo y otros jóvenes —que estudiaron en las ciudades y regresaron a su comunidad— se interesaran por el software libre; tanto que ahora ya dan cursos sobre esta herramienta a estudiantes de bachillerato. Incluso, están probando hacer aplicaciones para celular, entre ellos algunos juegos que ayuden a fortalecer el uso del zapoteco entre los niños.
¿SOLUCIÓN TECNOLÓGICA? NO, UN MOVIMIENTO SOCIAL
En las faldas del cerro del Fortín, en la ciudad de Oaxaca, están las oficinas de Rhizomática y de TIC, A. C. Son las 11 de la mañana de un lunes. Después de cinco horas de viaje, al lugar llegan los cuatro hombres que representan a San Juan Yagila. Hoy formalizarán la entrada de la comunidad en la red de Telefonía Celular Comunitaria.
En un pizarrón blanco Peter traza algunos dibujos para ilustrar cómo funciona la red, el porqué es necesario tener una conexión de internet —que proporciona una pequeña empresa local llamada Protokol— para acceder a un servicio de transmisión de voz en línea VoIP y realizar llamadas de larga distancia. También explica cómo se distribuyen los recursos financieros. Al mes cada usuario debe cooperar con 40 pesos, para tener activo su celular en la red comunitaria. De esa suma, 25 pesos se quedan en la comunidad —para pagar la luz y el servicio de internet; si sobra dinero, la comunidad decide a qué destinarlo—, y 15 pesos se integran a TIC, A. C.
Las llamadas a otros teléfonos que forman parte de la red no tienen costo. Si se quiere llamar a un número que no esté en la red es necesario realizar una recarga. Esas llamadas, así sean al extranjero, tienen un costo de 70 centavos el minuto.
En San Juan Yagila, como en otras pequeñas comunidades, hasta ahora la única forma de hablar por teléfono es en casetas, donde se cobra entre cinco y ocho pesos el minuto. “Sale muy caro. Y luego no hay privacidad cuando uno habla, porque en la caseta todo mundo oye”, dice Vicente Paulino, presidente municipal de San Juan Yagila. Vicente —como muchos de sus vecinos— ya tiene un celular, pero no lo puede usar en su comunidad, solo le sirve cuando viaja a Ixtla o a Oaxaca.
A diferencia de otras comunidades, en donde los hombres son los que deciden en las asambleas, en San Juan Yagila fueron las mujeres —organizadas en una cooperativa— las que votaron a favor de la telefonía comunitaria. Y fue así porque ellas prestaron los 150 000 pesos que costará el equipo. Ese dinero se le tendrá que regresar, poco a poco, cuando la telefonía comience a funcionar.
Un mes, por lo menos, tardará en llegar el equipo que se instalará en San Juan Yagila. Cuando eso suceda será la comunidad número 18 en tener esta telefonía. La Telefonía Celular Comunitaria ha decidido crecer a paso lento. Y no es por falta de comunidades interesadas en sumarse —cerca de 200 la han solicitado—; Peter explica que se decidió bajar el ritmo de crecimiento, por el momento, para realizar ajustes técnicos en las comunidades donde ya funciona, por ejemplo, instalar sistemas de pararrayos y de protección a las variaciones de corriente eléctrica para evitar daños a los equipos.
“Nosotros —explica Peter— le estamos apostando más a ser un movimiento social que una solución tecnológica. Nuestra intención es detonar procesos para que la gente tome conciencia de que pueden hacer estas cosas, pero sobre todo que pueden hacerlo de una manera razonable en precios y complejidad. Y que hacerlo implica responsabilidades, pero también fortalece su autonomía”.
La estructura de la Telefonía Celular Comunitaria se basa en los principios de autonomía y de formación de redes. Son las comunidades las que tienen el control sobre su red, ellas la administran y operan. El plan es que también sean quienes las instalen, reparen y actualicen. Para lograr esto se diseñó un diplomado para formar promotores técnicos comunitarios, en donde se enseñará cómo construir un transistor, softwarelibre, montar enlaces de telefonía y wifi.
Erick explica que el modelo de la telefonía comunitaria se rige bajo los principios de San Andrés. También toma formas de organización puestas en marcha en India para tener acceso a internet: “Una estructura de red es más difícil destruirla porque no está centralizada”.
Redes y Rhizomática buscan que este modelo de telefonía se replique en otros estados del país y en Latinoamérica. Por lo pronto, comunidades afromestizas y de misquitos, en Nicaragua, ya lo comenzaron a hacer; con la asesoría de estas organizaciones están instalando su propia red de telefonía y dando los primeros pasos para que su gobierno les otorgue una concesión para “uso social” de telecomunicaciones.
Un obstáculo para la expansión de la telefonía comunitaria en Oaxaca y otros estados del país es que muchas comunidades no tienen ninguna forma de acceder a internet. En esos lugares, esta red solo serviría para hacer llamadas dentro de la misma comunidad, porque sin internet no es posible realizar llamadas de larga distancia.
“En Oaxaca —explica Peter— tenemos una serie de problemas con la infraestructura básica. Las redes de fibra óptica llegan solo a unas cuantas ciudades y las tienen sobrevendidas, porque no dejan pasar suficiente ancho de banda, para mantener precios altos. Nosotros con el tema de los celulares estamos lidiando con la última milla, lo local, que es la parte más desatendida. La infraestructura que hay en Oaxaca es de ciertas empresas; ellas deciden qué hacer con eso y lo que deciden es no atender estas comunidades. Tampoco dejan que otras empresas lo hagan, porque les cobran muy caro acceder a su fibra óptica. Es un juego muy sucio. Eso hace que no se expanda el acceso a internet como debería ser”.
Este juego sucio no solo afecta a las comunidades al dejarlas sin acceso a internet. También tiene un impacto económico. En San Juan Yaeé, por ejemplo, Fermín Lorenzo instaló un pequeño negocio en donde renta cinco computadoras conectadas a internet. Para tener acceso a dos megas de internet, Fermín paga 1600 pesos al mes a una de las contadas empresas que ofrecen servicios de internet en pequeñas comunidades de la sierra norte. Para poder reunir esos 1600 pesos, Fermín renta a sus vecinos tiempos de conexión a wifi; una hora tiene un costo de ocho pesos.
Si Nigeria fue el lugar que activó en Peter sus reflexiones sobre el control que tienen las grandes empresas en la infraestructura que usamos para comunicarnos, Oaxaca es el sitio en donde Rhizomática y Redes están buscando caminos alternativos para que las comunidades puedan acceder a internet.
SOBERANÍA TECNOLÓGICA
Las radiodifusoras comunitarias ayudaron a dar vida a la Telefonía Celular Comunitaria. Ahora, la telefonía impulsa el siguiente paso: construir una infraestructura autónoma para que las comunidades tengan acceso a internet.
Tener una red autónoma de internet no es un sueño descabellado. Un ejemplo es Guifi.net, una red libre, abierta y neutral que funciona en España y con la que Redes ya comenzó a tener contacto.
Peter, de Rhizomática, explica que el objetivo es instalar su propia fibra óptica. “Es un proyecto grandísimo —reconoce—, pero factible”. El plan es tener una línea de fibra óptica entre Puebla y Oaxaca. Para ello requieren de una inversión aproximada de cuatro millones de dólares. “Esta fibra permitiría entregar conectividad a empresas pequeñas como Protokol y a nosotros que queremos llevar internet a zonas indígenas que ahora no tienen acceso. No queremos convertirnos en un proveedor de servicios de internet en Oaxaca. La idea es entregar eso a la gente con precios muy por debajo de lo que ahora están. Nuestra intención no es competir en el mercado. Lo que buscamos es que las comunidades tengan acceso, pero que también fortalezcan su autonomía y tengan soberanía en la infraestructura”.
El camino legal que permitió a TIC, A. C. obtener una concesión para “uso social” del espectro es una herramienta más para que las comunidades tengan su propia red de internet. Erick, de Redes, comenta que ahora que muchos se preguntan cómo conectar a los millones de personas en el mundo que no tienen acceso a internet, “la respuesta es a través de estos sistemas de uso social”.
Si no se tiene un control sobre la infraestructura, advierte Erick, es difícil garantizar los derechos digitales. “Hay que construir infraestructura y dispositivos. Cuando tienes control de la infraestructura tu lucha es otra”.
La defensa de los derechos digitales, señala Peter, es un frente importante, pero se ha abandonado el debate sobre la infraestructura, sobre cómo se conectará a internet la mitad del mundo que aún no lo está. “Para mí esa es la batalla, ver qué va a pasar con esa gente que es la que vive en las condiciones más vulnerables, con más pobreza y más desafíos. ¿Queremos que Facebook y Google les lleven internet con drones? ¿Se pueden ver otras alternativas?”
Peter recuerda que las grandes corporaciones en telecomunicaciones, así como empresas que nacieron con internet —como Facebook—, invierten justo para conectar a la gente que falta, “pero es una inversión mínima comparada con la riqueza que van a generar al tener los datos de todos, eso sin pensar en el control social y político... Entrar en internet tiene sus cosas positivas, pero también negativas. Es entrar a espionaje masivo y a que comercialicen con tus datos. En las comunidades en donde no hay internet les toca comenzar a concienciarse y preguntarse: ¿Queremos entrarle? ¿Bajo qué términos? ¿Qué control vamos a tener sobre esto? Si la infraestructura es de ellos, ellos son los que podrán decidir cómo van a entrarle a estas tecnologías”.
Después de tres días de trabajos en la cima del cerro Las Tres Marías, de lidiar con la niebla y con la lluvia, los técnicos de TIC, A. C. y las autoridades municipales consiguieron cambiar la antena, instalar un sistema que funcionará como pararrayos y volver a echar a andar la red de Telefonía Celular Comunitaria de San Juan Yaeé, la cual también da servicio a la comunidad de San Miguel Reagui.
Entre los 180 usuarios de la red de San Juan Yaeé se cuenta Lizeth López. Aún no cumple cuarenta años y pronto será abuela. Cuando se entera de que ya se reactivó la señal de la telefonía comunitaria, deja a un lado el telar de cintura en el que da forma a un rebozo. Le llama a su hija que vive en Oaxaca y está embarazada. Después se apura para preparar las cenas que vende en el pueblo. Toma su celular y manda un mensaje colectivo a sus clientes, para informarles sobre el menú: “Hoy hay tacos dorados de pollo”. En menos de un minuto comienza a recibir mensajes con respuestas como esta: “Mándame una orden”, “Yo quiero tres”... Ella prepara los pedidos y su hija pequeña se alista para repartirlos por el pueblo. Lizeth se despide con una frase: “¡Ya ve cómo nos hace falta el celular!”.
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